El primer torneo de la época contemporánea comenzó en Londres el 27 de mayo de 1851, coincidiendo con la Primera Exposición Universal de Arte y Ciencia, en la que se presentaron innovaciones técnicas en el Palacio de Cristal de South Kensington. Sabido es que lo ganó el alemán Adolf Anderssen, pero ¿qué se conoce de las interioridades del histórico certamen?
El Club de Ajedrez Saint George, al que pertenecía Howard Staunton, se encargó de los preparativos y fue la sede del evento. Como presidente del Comité Organizador, Staunton convocó a una reunión con los participantes en la víspera del inicio.
No pudieron concurrir Petroff, Von der Lasa, Jaenisch, Schumoff ni Saint Amant, y como solo estaban 14 jugadores presentes se invitó a dos fuertes aficionados para completar la cifra de 16. La participación del a la postre campeón no fue fácil. Sus amigos en Breslau y Berlín hicieron una colecta para que pudiera asistir, lo cual hizo en compañía de su coterráneo Carl Mayet. Fue un golpe para ellos abonar las cinco libras esterlinas de inscripción, de las que suponían que estarían excluidos por ser invitados. Un testimonio del propio Anderssen asegura que las mesas y los asientos eran pequeños y muy bajos; no había lugar para colocar las manos, detalle que no preocupaba a los ingleses, que se sentaban erectos e impasibles, con sus pulgares en los bolsillos de su abrigo, y después de media hora se decidían a efectuar una jugada.
DOS SE QUEDARON DORMIDOS
No se habían inventado los relojes de ajedrez y no se puso límite de tiempo en las partidas, que hubiera sido una alternativa. Se dieron casos de jugadores que emplearon ¡dos horas y media! para un solo movimiento.
Cada partida era controlada por un secretario, una especie de árbitro remitido a una sola mesa, que velaba por el cumplimiento de las reglas, anotaba las jugadas y apuntaba el tiempo que cada ajedrecista consumía por turno, aunque esto no tenía ninguna consecuencia.
Se cuenta que en una de las batallas dos contrincantes reflexionaban tanto, que a medianoche solo habían planteado la apertura. El secretario escribió en el acta: “Antes de interrumpir las partidas, ambos adversarios dormían profundamente con la cabeza apoyada en la mesa de ajedrez”.
SORTEO FATAL
El pareo para la primera ronda se hizo por sorteo. Se pusieron en una urna 8 cartoncitos blancos y otros tantos negros, marcados del 1 al 8. Los que coincidieran en número eran los rivales. Además los blancos decían: "escoja las piezas y el primer movimiento", ¡de modo que se podía preferir las negras y realizar el primer lance!
Tal sorteo trajo por consecuencia que dos de los tres más fuertes se enfrentaran en la primera ronda, que se efectuó por sistema de KO mediante series de partidas, de tres a ganar dos. Staunton se impuso fácilmente a un jugador de apellido Brodie, mientras Anderssen derrotaba a Kieseritzky.
También triunfaron Wyvill sobre Lowe, Szen sobre Newham, Horwitz sobre Bird, Mucklow sobre E. Kennedy, el Capitán Kennedy sobre Mayet y Williams sobre Lowenthal, todavía mareado de la larga travesía que hizo en barco desde los Estados Unidos.
Quedaban ocho para la segunda ronda, pero ya no se utilizó más el sistema de eliminación, con el objetivo de poder definir los lugares hasta el octavo y los premios escalonados, que eran hasta el sexto puesto.
Tanto esa como las restantes rondas, tercera y cuarta, se dirimieron por series de siete partidas a ganar cuatro, enfrentando como en el Sistema Suizo, a ganadores entre sí.
El pobre y endeudado profesor de matemáticas Adolf Anderssen tendría como rival en la segunda ronda al austro-húngaro Joseph Szen y antes de iniciar la serie sellaron un trato: si uno de los dos ganaba algún premio, le daría al otro la tercera parte.
“LA VÍ Y LA OÍ”
La mayoría de los participantes eran ingleses y los aficionados locales no veían con buenos ojos a Anderssen, por lo que estaban a favor de Szen en los duelos de la segunda ronda.
En una sala al lado de la sede del torneo se analizaban las partidas en alta voz y en una de ellas gritó uno de los que analizaban: --¡Anderssen está perdido. Con Caballo e5 Szen gana!
Szen reflexionó por un largo, larguísimo rato, para asombro de los de al lado. Cuando por fin realizó su jugada no fue la ganadora, sino otra, que terminó llevándolo a la derrota.
Terminada la partida, “los analistas” le preguntaron si no había visto la jugada ganadora y Szen respondió: --No solo la he visto, sino que la he oído como los demás en el salón y por eso no la hice.
Anderssen derrotó a Szen en la segunda vuelta 4-2 y Staunton a Horwitz 4,5-2,5, además de Wyvill al Capitán Kennedy 4,5-3,5 y Williams a Mucklow 4-0. De los cuatro vencedores se midieron en la tercera ronda Anderssen--Staunton (4-1) y Wyvill—Williams. Después de caer en las tres primeras partidas Wyvill logro imponerse 4,5-3,5.
LA ÚLTIMA SERIE
Por la discusión del séptimo puesto Horwitz y Mucklow no jugaron… porque este último no acudió y perdió por no presentación. Szen quedó quinto al doblegar 4 ½ - ½ al Capitán Kennedy, mientras Williams le ganó al favorito Staunton 4 ½ - 3 ½ en la discusión del tercer peldaño.
El parlamentario inglés Marmaduke Wyvill no era un jugador profesional pero tuvo una desbordante actuación al disputar el cetro con el sorprendente ajedrecista alemán. Contaba con el apoyo de toda Gran Bretaña, pero… así transcurrió la última serie: Anderssen 1 ½ 0 1 1 0 1 4 ½ Wyvill 0 ½ 1 0 0 1 0 2 ½
Al consumar su triunfo Anderssen fue considerado por algunos a partir de este momento como “campeón del mundo”, título que no existía entonces. He aquí la histórica partida, incluida por Tartakower y Du Mont en el libro 500 partidas magistrales de ajedrez.
Adolf Anderssen - Marmaduke Wyvill
1.e4 c5 2.♗c4 a6 3.a4 ♘c6 4.♘c3 e6 5.d3 g6 6.♘ge2 ♗g7 7.0–0 ♘ge7 8.f4 0–0 9.♗d2 d5 10.♗b3 ♘d4 11.♘xd4 ♗xd4+ 12.♔h1 ♗d7 13.exd5 ♗xc3 14.♗xc3 exd5 15.♗f6 ♗e6 16.f5 ♗xf5 17.♖xf5 gxf5 18.♕h5 ♕d6 19.♕h6 1–0.
El alemán Adolf Anderssen (6.7.1818 – 13.3.1879) recibió como premio 180 libras esterlinas, suma importante en la época, pero tuvo que darle la parte acordada a Szen, y al regreso a su casa pagó las deudas contraídas por su pasaje, de modo que quedó tan pobre como salió.
Por Jesús G. Bayolo.